Navidad
{ Lucas 2:7 }
Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.
Cuando yo era pequeño, que llegara la Navidad me hacía ilusión para poder tener regalos, los juguetes que había pedido, los últimos juegos de consola, comer turrón y polvorones. En mi casa, celebrábamos “el Tió” (fiesta en Catalunya el 24 de diciembre donde se dan regalos), comida familiar por Navidad, y pasaban los Reyes Magos en enero con más regalos. Es tradición hacer que los niños crean que “el Tió” y los Reyes Magos son reales y son los que traen los regalos (es decir, que no son los padres), y así fue como lo viví yo.
Las reuniones en familia eran un momento bonito de compartir, de risas y de unión. Recuerdo muchas de ellas con cariño. Pero también de excesos de comida, bebida y regalos.
También he caído alguna vez en comparar mi Navidad con la de otros. En la escuela muchas veces cada uno contaba qué le habían regalado, y me he sentido menos si me habían regalado menos cosas, o de menos valor. Y ahí es donde está la enseñanza para mi. Vivir la Navidad así hizo que, en cierta manera, midiera lo importante que soy por lo que me dan. Poniendo en una balanza mi comportamiento y mi rendimiento escolar con los premios que podía recibir.
Ya de mayor, se convirtió en una época del año donde compraba regalos a los pequeños de la familia y nos reuníamos para comer o cenar en días alternos. Se convierte en algo puramente comercial. Como si no hubiera nada más que los regalos que pudiera hacer felices a niños y adultos.
Viendo todo esto con perspectiva, se justifica la mentira con la ilusión de un niño. Sabiendo que, cuando descubra que realmente son los padres, habrá normalizado mentir y no sabrá el valor real de todos los regalos que ha recibido durante años. Afectando probablemente también a la percepción del amor que tendrá. Se desvirtúa el propósito de la festividad, tratándola de manera frívola.
Leyendo { Lucas 1 } y { Lucas 2 }, me doy cuenta que todo lo que se celebra hoy en día está muy lejos de ser lo que Jesús nos enseña ya desde su nacimiento.
Él nace de la manera más humilde, en las condiciones más humildes. María viajaba embarazada, sin recursos, y da a luz en un establo porque no había lugar para ellos en el mesón. No hay un palacio, no hay riquezas, no hay lujos. La enseñanza que nos da desde el principio es clara: la grandeza no está en las cosas materiales. El amor se encuentra lejos de todo eso.
Incluso Dios, pudiendo escoger dónde y cómo nacer, pudiendo rodearse de todo lo material y de todas las comodidades, elige la humildad, despojado de todo lo que el mundo considera importante, rompiendo todas las expectativas humanas de lo que el hijo de Dios sería.
María, se asombra en { Lucas 1:48 } porque Dios la eligió a ella que, a ojos del mundo, no tenía nada especial.
Jesús nace para transformar corazones y estructuras, empezando por lo pequeño.
Dios elige la humildad para vaciarnos de lo que nos impide amar.
{ Lucas 1:51-53 } me parece un recordatorio de lo que podría ser la Navidad. Un momento para compartir, para dar lo mejor de nosotros, para amar sin condicionantes, donde las riquezas no importan, sino más bien al contrario, donde no hay que añadir más al que ya tiene sino dar al que le falta.
”A los ricos envió vacíos” confronta la idea de que con lo material “lo tenemos todo”. Y no es vacío económico, sino espiritual. Vacío por estar llenos de orgullo, de soberbia, de creerse completos, de autosuficiencia y de ego.
Esto nos invita a valorar lo que realmente importa: el amor. El amor de una madre, de un padre, de la pareja, de la familia, de los amigos, de todo el mundo. Lo material, si nos domina, añade ruido y confunde si no hay fortaleza en amor.
La Navidad de hoy, transformada y mutada durante años en un producto comercial, es la antítesis de esto. Una Navidad donde el amor se mide por la magnitud y la cantidad de los regalos. Más te quieren si más y mejor te dan. Mejor visto es cuyo árbol tiene más paquetes y más grandes que el de los demás. Más feliz es el que tiene un árbol más grande, adornado, brillante e iluminado.
Creo que es una de esas fiestas que se celebran de la manera que se celebran por inercia, por consumismo, por todo lo que el mundo empuja a hacer, más que por convicción. Es una fiesta que ha perdido su significado más profundo y que siento que Dios nos llama a recuperar.
En la Biblia, no se dice en qué fecha nació Cristo. Y el hecho de que no se mencione ninguna, indica que no es relevante. No es relevante cuándo naciera sino el hecho de que lo hiciera y cómo lo hizo, y todo lo que transmite con ello.
Por eso, creo que lo importante no es cuándo se celebre el nacimiento de Cristo, sino el cómo se celebre. Creo que si se decidió celebrar la Navidad el 25 de diciembre, más que rechazarla por no ser exacta o perfecta, podríamos reivindicarla como un momento para tener presentes los valores y el amor de Dios.
Al fin y al cabo, tener presente a Dios en todos los actos de nuestra vida es lo que importa.